Información Martes, 08 de enero del 2019
Sabían que ?
El 10 de diciembre de 1844, Horace Wells y su esposa, Elizabeth, asistieron a un 'show' en el que a un grupo de voluntarios les suministraron óxido nitroso (gas hilarante), quienes luego de inhalarlo comenzaron a reír descontroladamente y a hacer cosas estúpidas. Uno de los voluntarios comenzó a perseguir a un enemigo imaginario y en su alocada carrera tropezó. Cuando regresó a su asiento se dieron cuenta de que tenía la pierna desgarrada, pero el individuo no sintió dolor hasta que los efectos del gas se disiparon. Esto le dio a Wells una gran idea.
Al día siguiente, Horace le pidió a un dentista colega suyo que le extrajera una muela mientras inhalaba algo de gas hilarante y los resultados fueron los previstos: no sintió ningún tipo de dolor ni tuvo complicaciones.
Wells emprendió una serie de experimentos exitosos para demostrar científicamente su descubrimiento y hasta se dio el lujo de extraer piezas dentales sin dolor a unos 15 voluntarios pacientes suyos. Por desgracia, el día en que decidió llevar a cabo una demostración pública ante renombrados cirujanos y varios estudiantes de medicina, algo salió mal. Parece que no fue bien regulada la administración del gas y el paciente se levantó dando fuertes alaridos.
Los médicos se burlaron del invento de Horace, mientras los alumnos presentes lo abucheaban. Inmediatamente se fueron retirando uno a uno del salón, dejando al innovador dentista solo y humillado. Su experimento había fracasado.
Luego del bochorno público y emocionalmente golpeado, Horace abandona la práctica médica y cae en una profunda depresión. Viaja a Europa con la esperanza de que allí los médicos sean más receptivos a su innovador invento y deambula entre Francia e Inglaterra con relativamente poco éxito.
Lo peor es que sería otro dentista de Boston, William Morton -ex alumno suyo-, quien dos años después se llevaría la gloria efectuando la primera cirugía indolora con óxido nitroso frente a un grupo de connotados médicos.
Wells volvió a su país en 1947 para instalarse definitivamente en Nueva York y aquí empieza verdaderamente la parte triste de su vida. Y es que durante todos aquellos años en los que Wells había experimentado con distintos gases y soluciones en búsqueda de un anestésico eficaz, se había hecho consumidor habitual y adicto al cloroformo, el cual inhalaba compulsivamente. Muy poco quedaba de aquel joven idealista, de aquel médico humanista que quiso aliviar el dolor de sus pacientes. Prácticamente se había convertido en un guiñapo humano que sufría de grandes trastornos y cambios de personalidad bajo los efectos del gas. Tanto era así que cierta noche, deambulando por las frías calles neoyorquinas, en un ataque de histeria arrojó ácido sulfúrico sobre la cara de una prostituta.
Enseguida fue encarcelado y horas después, cuando ya se le había pasado el efecto del cloroformo, se dio cuenta del horror que había cometido. Cuatro días después se anestesia a sí mismo y se abre la arteria femoral del muslo con una cuchilla de afeitar con el fin de morir desangrado y sin dolor dentro de su celda. Así en 1848, moría de esta triste forma el padre de la anestesia moderna.